Hace algún
tiempo que empecé a escuchar el término “la travesía del desierto” como ese periodo
en el que uno/a se siente hundido/a, parece que todo está perdido y no toca más
remedio que atravesar por esas dudas, por esos miedos e inseguridades para
poder salir del pozo y seguir adelante.
En la vida
transitamos a veces por lugares donde parece que todo es arena y que el agua se
ha terminado. Entendiendo que la arena son los problemas (de cualquier índole)
y el agua nuestros recursos, atravesamos momentos de gran tensión en que no
vemos la solución y eso genera aún más estrés. Nos cubrimos los hombros para
protegernos del sol, nos agarramos a cualquier sombra y procuramos sacar agua
de debajo de las piedras. Pero el desierto sigue inexpugnable ante nuestros
ojos, parece que no hay nada que hacer, puesto que nuestra mirada no puede ver
el final del desierto. Ahí está el gran aprendizaje…
Nos han
dicho: “hay que ser fuertes”, pero existen momentos que uno/a no siente esa
fuerza interior, ese impulso, esa motivación que inspira a seguir adelante y
afrontar cada una de las dificultades que se presentan. Y en ese momento, llega
la rendición. Una rendición que puede ser serena o agresiva. Si es agresiva,
nos volvemos irascibles, con palabras y comportamientos violentos en contra de
lo que creemos nos oprime, que puede terminar en resignación; o bien, serena,
confiando que aunque ahora no lo entendamos, esa travesía nos mostrará un camino nuevo para
nuestra evolución.
No deja de
ser dura la travesía por el desierto y si nos sirve de algo en esos momentos
duros, debemos recordar que eso pasará y que en algún momento encontraremos ese
oasis de agua pura y cristalina. Aceptarla con amor, confianza y serenidad, ese
es nuestro reto.
Buen camino
y que la travesía del desierto te haga más humana/o y sabia/o.
¡Feliz
día!
Coach,
Máster-Trainer en PNL, acompañante en Bioneuroemoción y Psicosomática Clínica
Estudios
del árbol genealógico
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